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REFLEJO, cuento de Alejandro Juárez

  • Foto del escritor: Alejandro Juárez
    Alejandro Juárez
  • 21 oct 2017
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 18 may 2020


La ira colorea mis dedos mientras acaricio el filo del cuchillo. Percibo la sed del acero como la de un sabueso babeante, ansioso por clavar los dientes en su presa. Me imagino que el mango y la hoja se vuelven una extensión de mi brazo, tenso por la emoción, duro como el asta de una lanza. Mantengo la vista clavada en el suelo, acumulando rencor antes de enfrentar a mi enemigo, colocado a poca distancia.

El desenlace se acerca, tras años de cultivado odio, nacido desde el momento en que nos vimos. Del choque de miradas brotó una llamarada de rechazo, como la que revuelve las entrañas frente una serpiente ponzoñosa.

Él es peligroso, lo sé. ¿Tanto como yo? Siempre me lo he preguntado.

Mi enemigo también va armado: carga una hoja afilada que toca con dedos ansiosos. Desea usarla con precisión para tajar, explorar, liberar mi hígado, riñones y corazón de la prisión de mi cuerpo.

Alzo la vista y lo descubro sumergido en resentimiento. Ataco con rapidez de avispa y disfruto el placer de la alevosía: su arma será inútil contra mí, por más que lo intente no podrá escapar de su prisión. Sin embargo yo puedo destrozarlo.

La punta de mi cuchillo toca el espejo pero no lo rompe ni resbala en la pulida superficie. Atraviesa la barrera como si fuera un estanque de plata y se encaja a profundidad en esa carne que no es carne. Me sorprendo del efecto del estoque: una mancha oscura se esparce como cangrejo sobre la camisa de mi enemigo. Lo miro a los ojos y descubro una sonrisa bailotear en sus pupilas. Las patas del crustáceo escurren sobre el cinturón, empapan la pernera y alcanzan su zapato. Corroen el suelo y se extienden con rapidez sobre el mosaico.

Sonríe en forma triunfal. Toma mi mano y empuja la hoja más adentro. Grito y trato de zafarme pero su agarre es brutal. Siento el metal abrirme los intestinos. Toso y escupo sangre en violentos espasmos. Comienzo a resbalar hacia el suelo, donde lo único que logro ver es su calzado manchado de sangre.

Agonizo. Impotente, observo cómo sus pies se mueven con parsimonia. Se alzan, cruzan la puerta argentina y descienden para colocarse junto a mi rostro. El zapato izquierdo muestra un conjunto de líneas escarlata, ríos minúsculos que escurren hasta el piso y dejan su huella en el mosaico junto a mi cara.

El pie se mueve, sale de mi ángulo de visión. Siento un roce en las costillas, dos, tres veces. Lento, firme. El zapato regresa a mi vista, limpio y reluciente. El mocasín y su compañero giran y los talones de mi enemigo se alejan para hacerse cargo de mi vida.

Ahora le pertenece.

Publicado en "Reverberaciones, cuentos breves". 2014.Editorial La Zonámbula. Derechos Reservados.


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