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"Espejo de luna", cuento de Alejandro Juárez.

  • Foto del escritor: Alejandro Juárez
    Alejandro Juárez
  • 24 jul 2022
  • 1 Min. de lectura

El ojo era una luna negra, serena y terrible. Ella percibió su reflejo como un reclamo, un grito silencioso que perforó su cráneo con colmillos ardientes.

-Tranquila, no pasa nada…

Los dientes asomaron, estalactitas de mármol que brotaban de una gruta de lenta muerte. Los labios negruzcos se agitaron pero la bestia no gruñó.

-Esto tenía que pasar… nada dura para siempre.

El sonido de su propia voz le resultó extraño, macabro. No supo si dirigía las palabras al bulto en el piso o a sí misma. ¿Importaba acaso? Se sentó con cuidado cerca del animal.

-Eres lo más cercano que tengo a una familia… lo sabes ¿verdad?

El pelambre se sacudió pero la perra no produjo respuesta: ella pensó que hubiera sido gracioso y horripilante si lo hiciera.

-Ya estás muy vieja, muy vieja… pinche viejita.

Puso su mano fría en el cuello enflaquecido y jugueteó con una mata de pelos por un largo, tenso momento. Sintió los músculos bajo sus dedos intentar algo, un ladrido quizás. Un leve gemido fue todo lo que brotó de la garganta que destilaba pobredumbre. Ella intentó decir algo pero su propia voz se rompió antes de nacer. El ojo (oscuro, imponente) la centró sin miedo. Pareció crecer hasta dominar el cuarto, el mundo.

-Perdóname, Doñita…

Encajó la aguja en una zona de piel descolorida y empujó la droga hasta el fondo, de golpe.

La luna palideció, se volvió nube, cayó en el abismo.

-Pinche perra… pinche perra.

Soltó la jeringa y se aferró al bulto inerte, llorando sin tapujos.

La otra luna asomó en el cielo e iluminó la noche, serena y terrible.


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