BAILE DE SALÓN, cuento de Alejandro Juárez
- Alejandro Juárez
- 19 may 2020
- 2 Min. de lectura

Ella baila. El vestido se pega a su cuerpo en cada giro, cada contoneo, como manos de satín que aferran su carne. Mis dedos la toman por la cintura: su cuerpo es firme, se mueve al ritmo del son que fluye de timbales y metales viejos, que evocan la lejana costa: cervezas degustadas a la sombra de palmeras, sudor sobre piernas morenas, una brisa suave y cargada de sal que agita el cabello al atardecer.
Desconozco a esta mujer. La veo cada día, de lunes a viernes, recogiendo documentos y distribuyendo memorándums en la oficina. Pero ahora, bajo la luz ámbar multiplicada por espejos, pareciera que su piel se derrite para mostrar lo que yace debajo, un animal de mirada negra, un jaguar que se estira sobre un árbol, una serpiente de colores envuelta en una liana, que me invita a acercarme a riesgo de una mordedura.
La selva corre por mis venas, un río de corriente poderosa que mueve mis piernas en sintonía con su cintura de hembra, mis manos alertas a la curva de su espalda y el comienzo de sus nalgas duras, mis labios que rozan su oreja, mi pecho que se aprieta por instantes contra sus senos pequeños, que adivino dulces y salados a la vez. Una gota de sudor resbala con una promesa cuando la música se detiene y el cantante anuncia un receso. Ya volvemos amigos, sigan disfrutando... La voz se difumina mientras el deseo crece en mi vientre.
-Te dije que no sabía bailar -miente ella con suavidad.
-Yo tampoco -contesto.
Sonreímos, cómplices. Permanecemos de pie en la pista, tomados de la mano como a punto de iniciar otra sesión de baile, atentos a una música imperceptible para los demás.
-¿Nos vamos entonces?
El mundo se detiene por un latido. En su frente aparece la sombra de la duda: el animal de costumbres y recatos que trabaja por un sueldo de nueve a cinco se asoma por un momento.
El viento artificial de un ventilador agita su cabello con un toque marino. Una sonrisa se insinúa en sus labios de luna: aprieta mi mano y murmura algo con gesto felino.
Mientras caminamos al auto escucho, cada vez más cercano, un vaivén de olas, espuma que brota de la profundidad preparándose para estallar contra la costa de nuestros cuerpos.
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