AGUACERO por Alejandro Juárez
- Alejandro Juárez
- 18 sept 2023
- 2 Min. de lectura

El trueno revienta a mis espaldas al momento en que me montó en la bicicleta de alquiler, recién sacada de la estación. Casi de inmediato caen las primera gotas, un racimo de gordas redondeces que revientan con fuerza sobre el pavimento, los edificios y mi cabeza.
Lanzo el peso del cuerpo contra los pedales, seguro de alcanzar rápido mi destino, localizado a unas cuadras, antes que la tormenta se desborde. Avanzo apenas unos metros cuando la frialdad del agua me deslava la ilusión: cae en ráfagas amplias, raudas, que me obligan a guarecerme bajo el techo de una tienda, a esperar que amaine. Pero ocurre lo contrario. Golpes de viento lanzan el agua de lado, haciendo inútil mi refugio. No traigo impermeable así que no hay de otra: si de todas maneras acabaré empapado, es mejor irme. Monto en el velocípedo y me muevo lo más rápido que puedo, cuidando de no ser aplastado por los vehículos que parecen surgir de la oscuridad, acrecentada por las masas nubosas que tapan la luna y las estrellas.
Consigo avanzar dos calles, calado hasta los huesos pero con la seguridad de que al llegar a casa podré darme un buen baño caliente. El cielo decide soltar otro regalo de abundancia. El agua se convierte en un chaparrón brutal que me da de lleno en la cara, me inunda los ojos y me ciega. Recuerdo lo peligroso de moverse entre charcos en Guadalajara, ciudad donde las tapas de las alcantarillas desaparecen para ser vendidas como metal por kilo. Hay historias horribles de personas que cayeron en esos agujeros y se abrieron piernas y rodillas con fierros y vidrios rotos. Incluso se rumora de algunos que se hundieron y ahogaron, atrapados en aguas cenagosas.
Me guarezco contra una pared alta que reduce las mordidas del viento, mientras espero. Siento arañazos helados en la espalda. Conozco las reacciones de mi cuerpo y sé que si no entro pronto en calor me espera un resfriado terrible. En cuanto la lluvia baja un poco de intensidad vuelvo a pedalear tan rápido como puedo.
Estoy ya a una cuadra de mi casa, alcanzo a ver la estación donde dejaré la bicicleta para, finalmente, llegar a mi hogar. En el sitio de depósito no hay lugar disponible.
El cielo vuelve a tronar, una, dos veces, violento y oscuro.
¿Les ha pasado? A mí tampoco.
Comments