Día de lectura, cuento de Alejandro Juárez
- Alejandro Juárez
- 6 oct 2017
- 3 Min. de lectura

Aída leyó con fascinación y temor el libro que Joaquín le había prestado, "Alas de Oscuridad". Una historia de vampiros como los de la televisión, pensó cuando comenzó la lectura. Cuentos para leer y reírse, se aseguró a sí misma, pero al finalizar el libro no se sentía tan risueña. La historia era inquietante, sutil, insidiosa como las sombras del crepúsculo, que al atardecer lamen la tierra y ahuyentan al sol para dejar el mundo envuelto en la oscuridad.
Crucifijos y colmillos brillantes y enrojecidos llenaban página tras página. Mujeres seducidas por el violento amante de rostro enrojecido, succionadas hasta quedar rotas y secas como bolsas de paja. Capítulos llenos con supersticiones sobre espejos, ajos y estacas. Palabras reptantes, que vertían con lentitud su mensaje en la mente de Aída, inundándola de sensaciones y haciéndola entender por momentos el odio a la luz de los hijos del averno, así como su profunda ira e impotencia al no poder entrar a una casa sin ser invitados por el dueño.
Sacudió la cabeza, buscando despejarse. Las imágenes del texto revoloteaban en su mente, insistentes. Veía al ángel-monstruo entre la niebla, camuflado por la oscuridad. Con los ojos brillantes, seguro y poderoso, irrechazable una vez que seleccionaba a su víctima. Seductor y letal, rebosando corrupción por todos los poros del cuerpo, que besaban los gusanos cuando reposaba en su ataúd. Pensó en la extraña relación que tenía el vampiro con esos seres de la tierra, que recorrían los pliegues de su piel mientras dormía pero obedecían ciegamente su voluntad, al igual que ratas, lobos y otras bestias de la noche.
Ya conocía la mayor parte de estas leyendas, repetidas hasta la saciedad en docenas de películas de Hollywood y hasta en algunas de El Santo. Pero el autor del libro las contaba muy bien. Demasiado.
Comenzó la lectura por la mañana, recostada en su diván azul, curiosa de que a un tipo tan pragmático como Joaquín le agradara ese tipo de literatura. No había dejado de leer hasta que cayó la noche. Era un buen libro. Emocionante y, debía reconocerlo, efectivo. Había sentido miedo en varios capítulos, sobre todo cuando tuvo que encender las luces para leer porque la oscuridad se adueñó del mundo más allá de su ventana. Se le puso la piel de gallina en las páginas en que el devorador de almas destrozaba el cementerio y arrancaba a los muertos de sus tumbas. Sumida en la historia del Señor Oscuro, comprendió el tremendo miedo que sintieron los pueblos antiguos ante la diaria huida del disco solar, que los dejaba inermes ante los monstruos de la noche.
Se sirvió un café y colocó el libro sobre la mesa, con unos videos que su amigo le había pedido. Fantaseó un poco con la imagen de un rostro de ángel sobre el suyo y unos brazos fuertes ciñendo su cuerpo, mientras el demonio, con una sonrisa de hielo, le ofrecía la inmortalidad a cambio de su sangre.
Unos golpes en la puerta la sacaron de su ensueño de horror romántico. Se asomó por la ventana y bajo el dintel distinguió la flaca figura de Joaquín, puntual como siempre.
Abrió la puerta, sonriente.
-Pasa, que bueno que llegaste.
Joaquín sonrió sin mostrar los colmillos. La puerta se cerró con suavidad.
Publicado en "La bestia de la luna azul", 2011. Editorial La Zonámbula. Derechos reservados.
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